lunes, 29 de septiembre de 2008

El cine de terror como conjurador de los miedos modernos




La elección del género de terror se debe a que siempre ha tenido una paradojal inscripción en la historia de la cinematografía clásica: por un lado abriendo el libre juego a la manifestación de todo aquello que subyace en el inconsciente (todas aquellas imágenes que por lo aberrante u horroroso no emergen en otros géneros); y por el otro, ordena ese mundo inconsciente, acomodándolo en la reglas bien definidas que impone la industria, y produce relatos tranquilizadores. Hay un mundo del horror que sólo pertenece a las películas de terror, y tiene sus límites, que sirven para tranquilizar la conciencia: “es sólo una película de terror”. Una concepción que el cine de terror de los últimos años ha tratado de provocar. Y aquí tendremos una de las discusiones centrales seguramente.
El dispositivo cinematográfico contiene en su potencialidad elementos de terror que están asociados a su capacidad de representación. Por eso decíamos en la frase de los afiches, siguiendo a Carlos Losilla, que el miedo está asociado con la operación de la representación más que con el objeto representado. Y en la historia del cine, esto ha sido así desde los comienzos.
Recordemos una historia por todos conocida. Cuando los hermanos Lumiere iniciaron sus registros audiovisuales y sus proyecciones, una de las primeras imágenes que tomaron fue la de un tren llegando a una estación. Cuando proyectaron por primera vez esta imagen las personas que en la sala la observaron, huyeron temerosas frente a la inminencia de un tren que se les venía encima. La anécdota explica la frase. Y hecha luz sobre una cuestión central: es en el potencial del dispositivo cinematográfico para representar la realidad donde subyace el principal motivo de miedo y terror.
En las películas que vamos a ver los objetos y las prácticas están asociados a las nuevas tecnologías, sus modos de utilización y apropiación. En otras palabras: nada más familiar para nosotros que lo celulares, la televisión o la Internet. Nada más familiar incluso que la posibilidad de estar conectados, informados, entretenidos, instantáneamente. Ahora ¿qué sucede cuando ese mundo conocido en el que nos manejamos con tranquilidad y hasta libertad se transforma radicalmente y se nos vuelve un mundo desconocido, que revela todo su lado siniestro? ¿no hemos acaso internalizado en nuestras vidas cotidianas un uso aséptico de las tecnologías de comunicación dando lugar a un proceso de naturalización en el que ya no cabe la reflexión sobre el bien o el mal?

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